Cuando entró,
el auditorio entero calló. Su presencia irradió un halo de respeto y
superioridad. Gristi Krostiani se ubicó en el centro del escenario. Una pequeña
mesa le dio indicios de donde debía posicionarse. Sobre ella se encontraba una
jarra de agua y un vaso de cristal. Junto a estos reposaba el micrófono
inalámbrico a través del que propagaría su doctrina durante unos cuarenta y
cinco minutos. Lo tomó con determinación, encendió y dio dos pequeños toques
para probar que había prendido. Alzó la vista, miró a su impresionable público
y empezó la conferencia:
–Está de más
una presentación. Todos conocen mi nombre. Saben quién soy y que vengo a hacer
aquí. Con un tema tan amplio, discutible y maravilloso como el que trataremos
esta tarde, no veo razón para perder tiempo con formalidades. Así que sin
ningún preámbulo mayor a esta aclaración, iniciamos:
«Así como un
escritor une letras para formar palabras y crear una obra literaria, en la
danza se articulan pasos para desarrollar una secuencia que trae como resultado
una coreografía. La literatura es arte, la danza también lo es. Y como todo
arte, la danza es expresión –dijo Gristi con aire nostálgico. Desde la última
fila se podían sentir sus contundentes y rítmico latidos. Su respiración serena
propagaba una atmósfera de inquietante relajación –.
«El arte
evoluciona en momentos difíciles –continuó–, y la danza es un perfecto ejemplo
de ello. En la historia de la humanidad han ocurrido hechos realmente
desastrosos, acciones viles desarrolladas por el hombre que traen funestas
consecuencias, la muerte es la más terrible y común de todas. La técnica Butoh,
por citar un ejemplo, nació en Japón en
el año 1950 como reacción a la conmoción causada por la segunda guerra mundial,
en especial por el bombardeo atómico sobre las ciudades Hiroshima y Nagasaki
–explicaba Christi con tanta fluidez como si la edad no hubiera afectado su
memoria–.
«Sin embargo
–apartó el micrófono un momento y tosió fuertemente, como si intentara sacar de
su garganta litros de espesa miel–, no
solo las situaciones difíciles dan pie a la evolución de un arte, también pueden
originarla el hastío e inconformidad de sus practicantes. Un ejemplo claro que
todos ustedes, como estudiantes y profesionales de las artes del movimiento deben
conocer, es el de la danza contemporánea, surgida a finales del siglo XIX como reacción a las formas clásicas del
ballet.
«No soy
bailarina de profesión, sino de corazón. Mi experiencia me ha llevado a
comprender que danzar es expresar con el cuerpo lo interiorizado por el hombre, es dejar escapar el alma con técnica y mesura. Soy actriz. Tengo un título
universitario y una treintena de películas que lo prueban –el auditorio estalló
en risas–, pero mi carrera no me ha impedido amar la danza; al contrario,
estudiar actuación me permitió conocerla y hacerla parte clave e indispensable
de mi vida.
«Si hay algún
actor entre el público, preste mucha atención a lo siguiente –acotó–: cada
movimiento del actor debe ser estético, limpio y equilibrado. En la danza
encontré la posibilidad de narrar con mi cuerpo. Muchas veces los profesionales
de la actuación nos apoyamos en la voz para desarrollar un personaje, dejando en
segundo plano la postura corporal, la expresión que cada una de nuestras
articulaciones, extremidades, cabellos y pestañas ofrecen, así como la
capacidad del cuerpo para decir, contar, reír y llorar. La danza brinda herramientas de creación, de
desplazamientos, reconocimiento y trabajo en el espacio. Estas últimas han sido
de gran utilidad en mi carrera actoral, en especial cuando me embarqué en
proyectos teatrales.
Cuando la
danza te toca, tu cuerpo cambia.: la danza estiliza, mejora la postura. Antes de
dedicarme a la actuación era una persona encorvada e inconforme conmigo y
con mi cuerpo. Mi elasticidad era prácticamente nula y la torpeza,el desequilibrio y la desconcentración eran tres de mis principales características. Actualmente,
aun cuando los años han pasado sin clemencia, gran parte de mi cuerpo sigue manteniendo la
agilidad, el equilibrio y elasticidad que el trabajo físico de la actuación y
la danza me ofrecieron como frutos. –Tosió nuevamente. Esta vez no llegó a separar
el micrófono a tiempo y el sonido áspero y desagradable de su garganta se
reprodujo en cada corneta del auditorio–. La danza también ha sido cómplice y
partícipe de mis fiestas. El danzar se encuentra en la cotidianidad de la
humanidad. Toda cultura, país, etnia o grupo desarrolla un baile o danza característica de acuerdo a sus costumbres y estilo de vida. El conocer y
practicar la danza me dio la oportunidad de disfrutar en las reuniones
familiares, celebraciones, espectáculos, recepciones… La danza se disfruta, se
vive y se siente.
Gristi notó
que una lágrima se deslizaba por su arrugada mejilla. Observó la hora en su
reloj de pulsera y exclamó:
-¡Pero miren
la hora! Me he pasado de lo estipulado, ya me toca tomar una siesta, a esta
edad no estoy para estos trotes. Un placer compartir con ustedes, queridos. –hizo
amago de retirarse, sin embargo, una voz entre las primeras filas del público
le hizo retroceder–:
-Señora
Gristi, una pregunta. ¿Luego de su accidente y la consecuencias que trajo para
su carrera y su vida, como hizo para acostumbrarse a no poder bailar nunca más?
Gristi le miró
con ternura y melancolía mientras avanzaba en su silla de ruedas. Tosió un
poco, solo para aclarar la garganta, y encendiendo nuevamente el micrófono
respondió:
-Mis pies ya
no pueden danzar, pero mi alma sigue bailando con cada latido.
Angel Pacheco D'Andrea.
28/04/2017.