Para nadie es un secreto que tomar
agua es considerada la acción más desagradable, incluso repugnante, que el
hombre se ve obligado a realizar. Ha llegado a compararse con la pesadilla que
supone respirar, pero este acto no ocasiona tanta repulsión como para ser
rebajado a tan indigna categoría. El siguiente manual de instrucciones va
dirigido al género humano, paciente diario de este mal necesario.
La primera recomendación es no
proponerse ingerir el líquido. Su propio cuerpo le indicará el momento. Solo
espere recibir el mensaje, que se iniciará en la garganta y culminará en la
resequedad de su boca. Se aconseja retardar el acto hasta sentir la aridez y
aspereza de un desierto en pleno verano. Es en este punto donde deberá tomar la
primera decisión: elegir la temperatura del líquido en cuestión. Lo más conveniente
es beberla templada, ya que mitiga con mayor rapidez la sed y hacen más
tolerable el proceso.
Servida el agua, cierre sus ojos y
acerque el borde del vaso a sus labios. El irremediable hecho está por ocurrir;
pero no se sobresalte, el suplicio solo durará unos segundos. Respire
profundamente, como si quisiera almacenar dentro de sus dos pequeños pulmones todo
el oxígeno de la selva amazónica. Eleve el vaso hasta sentir que el detestable
líquido entra en contacto con su boca. En este momento sentirá náuseas y su
piel se erizará. En algunos casos puede llegar a nublarse la vista; no se
preocupe, es común que suceda. Trague presurosamente y repita el proceso hasta ingerir todo el líquido.
Para hacer menos desagradable el
acto, algunos estudiosos recomiendan imaginar que se está tomando una bebida
exquisita, como lejía o ácido clorhídrico.
Este proceso debe realizarse unas
ocho veces al día.
NOTA:
No se pretende herir susceptibilidades. Las escasas y excéntricas personas que
disfruten de este acto, hacer caso omiso al contenido anterior.
Angel Pacheco D'Andrea.
23/04/17