El objeto llegó la mañana sofocante de un viernes, a
principios de mayo. El sol amenazaba con freír la pequeña ciudad. Los tejados
escarlata ardían cual filete a la brasa. La lluvia no ofrecía esperanzas de regresar. Cuando se hacía la
hora de salir, habitantes y turistas optaban por franelas sin mangas, shorts y sandalias. Las tiendas que
vendían sombrillas y abanicos empezaron a ganar mucho dinero. Las playas se
abarrotaban toda la semana. Los ejecutivos que hacían vida en la ciudad
padecían el martirio de caminar por las calles vestidos de traje y corbata. El
objeto llegó esa mañana, y nadie sabía cómo ni de donde había venido.
–Solo apareció allí a primeras horas del día –dijo el
señor que vendía café en la avenida–.
– ¿Alguien le vio llegar? –Preguntó una joven
estudiante en el terminal de autobuses–.
–Yo sentí un ruido extraño a eso de las tres de la
madrugada, pero no quise levantarme a curiosear–explicaba una mujer a las otras
madres de la guardería cercana al lugar donde había aparecido el objeto–.
La presencia de aquella inesperada figura despertó en
los ciudadanos curiosidad y desconfianza. En pocas horas todos los rincones de
la ciudad estaban enterados sobre la aparición del objeto desconocido.
Los rumores no tardaron en surgir: unos decían que
era una bomba instalada por los extremistas de la derecha para presionar al
gobierno y exigir la renuncia del presidente; otros más soñadores imaginaban
que se trataba de un enorme tanque de agua que el alcalde, en gestión con el
gobernador, habían traído a la ciudad para atacar la sequía que empezaba a
azotar a la población. Los seguidores del alcalde veían en el objeto una
sorpresa anticipada por el 347 aniversario de la ciudad. Por otra parte, los
ciudadanos más realistas opinaban que quizá se había caído de un camión que
viajó a alta velocidad y por eso quedó atravesado en plena vía principal.
–Ya verán como dentro de poco regresa el camión que
lo transportaba y se lo lleva como si nada hubiese pasado. ¡Esta ciudad está
atiborrada de alarmistas y soñadores! –Bramó un anciano abogado desde la
ventana de su auto–.
En una rueda de prensa para el canal de televisión
local, el alcalde expuso su desconcierto ante la aparición del extraño objeto
en la avenida principal de la ciudad y ordenó la creación de la Comisión
Especial para la Investigación del Objeto Inesperado (CEIOI). Inmediatamente,
un grupo conformado por más de 200 uniformados se aglomeró alrededor del objeto
no identificado. Maquinas, equipos científicos especiales, radares y hasta un
adivinador contratado por la alcaldía se desplegaron para iniciar la
investigación. La vía fue cerrada por la policía con largos listones amarillos
que enunciaban repetidamente la frase: “PRECAUCIÓN, INVESTIGACIÓN DE OBJETO
INESPERADO” –“COLABORE, ESTAMOS TRABAJANDO PARA USTED”.
En vista de la obstrucción de la avenida principal de
la ciudad, los conductores se vieron en la obligación de usar la autopista para
dirigirse a sus destinos. En veinte minutos las vías estaban abarrotadas. No
había espacio para un carro más. Varios choques se registraron en el lapso de
las tres primeras horas que permaneció la autopista saturada de automóviles.
Era mediodía y el pueblo empezaba a incomodarse. La
desesperación iba en aumento. Los niños esperaban por sus padres en las
escuelas. Las ambulancias no podían llegar al hospital debido al cierre de las
vías. El alcalde apareció nuevamente en la televisión, invitando a mantener la
calma y colaborar con el proceso de investigación. Sin dar más detalles, se
despidió con una sonrisa que gritaba desesperación.
A principios de la tarde la ciudad se vio sacudida
por otra impactante noticia. En el noticiero de la televisora local se alertó a
los ciudadanos sobre una posible fuga de los animales del zoológico. En el
video de las cámaras de seguridad del recinto se observaba como varios hombres
vestidos con el uniforme del lugar abrían las jaulas y guiaban a los animales
por parejas a un enorme camión gris que se perdió entre las calles aledañas. Un
mono y una pantera habían logrado escaparse del robo y fueron regresados a sus
jaulas por los verdaderos trabajadores del zoológico.
La situación empezó a tornarse incomoda y peligrosa.
Los curiosos empezaron a salir. Iban y venían. Acusaban al objeto con la mirada
y luego regresaban a sus tareas diarias. Los más jóvenes tomaban fotografías y
las compartían en las redes sociales. En poco tiempo, la aparición de un objeto
extraño en una pequeña ciudad del país y el robo de los animales en el
zoológico recorrió los noticieros radiales, televisivos y los medios digitales
de todo el mundo.
Faltaban solo horas para el anochecer. La autopista
había logrado despejarse gracias al despliegue de 50 controladores de tránsito
que el alcalde había enviado para solventar el problema. Ya ningún auto
transitaba la gran autopista, solo una decena de camiones de madera salieron de
una calle alterna y continuaron su camino al centro de la ciudad.
El área acordonada que resguardaba al objeto y el
equipo de investigación empezó a ser rodeada por fotógrafos, curiosos y
reporteros de todo el país, así como de varios corresponsales de canales
extranjeros.
La trifulca se inició cuando de un momento a otro, un
grupo de fanáticos religiosos se congregó alrededor y se abrió paso a la fuerza
entre la multitud que rodeaba el área acordonada. Los flashes de las cámaras no
tardaron en empezar a disparar. El cabecilla del grupo pasó el cordón amarillo.
Era un hombre delgado que vestía un traje a rayas y una corbata desajustada y
sobre su hombro izquierdo llevaba un colorido guacamayo. Respiró exageradamente, miró por un par de
segundos las cámaras que le fotografiaban y exclamó:
–El objeto es un mensaje divino. Esta ciudad ha
padecido el azote de una sequía durante casi dos meses y la presencia de este
objeto no es más que la señal de que el segundo diluvio universal está pronto a
ocurrir.
Era la hora de la cena. Todos los agentes de la
policía estaban encerrados en sus autos con las bandejas de comida entre las
piernas. Cuando uno de ellos se percató de lo ocurrido, aceleró el masticar y
al terminar su plato salió del auto para avisar a sus colegas. Un aterrador
rugido le impidió avanzar más allá de su auto. Cuando giró la mirada observó
temeroso como una mujer avanzaba por debajo de la cinta amarilla con una pareja
de tigres de bengala atados a unas gruesas cadenas de metal. Tras ella,
caminaba un hombre mayor con dos culebras enrolladas en sus brazos y cuello, un
adolescente con una pareja de lobos y una mujer embarazada junto a otro hombre
cargando una enorme jaula con un centenar de aves. Las personas empezaron a
correr y gritar desesperados. Al despejar el espacio se observó como de un
camión gris continuaban bajando personas con animales y caminaban en dirección
al objeto.
–Es el momento de construir la barca. Así como Noé
dirigió la empresa que mantuvo sanos y salvos una pareja de cada especie animal
y a los seres humanos elegidos para repoblar la Tierra, yo, pastor de la
Iglesia Manos Sanadoras de Cristo conduciré a mi rebaño al camino de la
Salvación. Aquí, junto al objeto divino que el señor ha enviado, construiremos
nuestra barca.
En ese instante, enormes camiones de madera fueron
llegando al lugar uno tras otro. Varios obreros salieron de inmediato y se
dispusieron a bajar los listones para iniciar la construcción. Los policías y
la Comisión Especial para la Investigación del Objeto Inesperado se alejaron
rápidamente al verse rodeados por los animales y sus guías que se dirigían
hacia el objeto.
Un desesperado reportero que no lograba llegar al
lugar de los hechos tomó por el brazo a una anciana que caminaba tranquilamente
por la acera y ubicándola frente a la cámara le preguntó:
–Señora, ¿Qué opina sobre la presencia de este
extraño objeto en la ciudad y la situación que ha desatado?
–Nada malo debe ser. El hombre quiere saberlo todo y
la necesidad de querer manejar el mundo le llevará a su propia destrucción. Ya
ésta locura pasará. No es más que una inmadurez. Y señal de ellos es la lluvia
que está por comenzar. Miren, ya cayó la primera gota en mi nariz –espetó la
anciana para luego sonreír, abrir su sombrilla y seguir su camino a casa–.
Dos minutos después, una torrencial tormenta había cubierto el
cielo de toda la ciudad.
–¡Ya es muy tarde! ¡El diluvio ha llegado! ¡Todos
moriremos! –Gritaba el hombre de traje mientras el guacamayo se separaba de su
hombro y emprendía el vuelo para refugiarse de la lluvia–.
Poco a poco la avenida empezó a despejarse. Las
personas corrieron a sus casas para protegerse de la tormenta. Los animales
fueron regresados por la policía al camión para ser llevados de nuevo al
zoológico. En vista de la amenaza que significaba la presencia del objeto en la
ciudad y de la locura que había desatado en sus habitantes, el alcalde optó por
llamar a toque de queda mientras cesaba la lluvia y se decidían las medidas a
tomar.
Llovió toda la noche. Al día siguiente el objeto
había desaparecido. Nadie vio cómo sucedió. Nadie supo si realmente estuvo
allí. Al amanecer, la primavera empezaba a dar señas de su regreso. Las flores comenzaban a llenar de color con sus
brotes los jardines y plazas. La sequía había terminado.
Angel
Pacheco D’Andrea.
14/04/17
14/04/17